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¿Por qué en España nos resistimos a innovar?

Octubre, mes temático de la Innovación

    Continuamos con las publicaciones del mes temático de octubre con un interesante artículo en el que nuestro compañero Manuel de Diego, Director de Desarrollo de Negocio de Auren, comparte su visión acerca de por qué considera que en nuestro país aún nos resistimos a innovar, haciendo un repaso de ellos desde el año 2008 hasta la actualidad.

    ¡No te lo pierdas!
     

    ¿Por qué en España nos resistimos a innovar?

     

    ¿De dónde venimos?

      Desde el comienzo de la crisis de 2008, el gasto total español en Investigación y Desarrollo fue disminuyendo progresivamente un 13% hasta llegar a un 1,23% del PIB en 2014. A partir de entonces, la tendencia fue creciente, llegando a recuperar en 2018 el valor pre-crisis.

      Más cercano en el tiempo, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2020 (últimos disponibles), el gasto en actividades innovadoras se redujo en un 11,9 % en España y las  empresas de nuestro país que se declararon innovadoras en el periodo 2018-2020 fueron sólo el 22,6 % del total.

      Apenas hace unos meses, según el European Innovation Scoreboard (EIS 2022) publicado el pasado 21 de Junio por la Comisión Europea, España (4ª economía de Europa y 14ª mundial) sigue solamente ocupando el puesto 16 de 27 en el ranking de innovación de la Unión Europea y se mantiene entre los países considerados moderados por su nivel de innovación (entre el 70% y el 100% de la media europea) como Portugal o Italia, todavía muy alejada de nuestros referentes europeos en materia de I+D: Suecia, Finlandia y Dinamarca.

      Más allá de las fronteras del Espacio Económico Europeo, EEUU, Canadá Australia o Corea del Sur se posicionan incluso aún más por encima de nosotros.


      *Fuente: cuadro europeo de indicadores de la innovación (EIS) 2022

      La comparación internacional sigue demostrando que la actividad y nivel de desarrollo españoles no se corresponde con nuestra baja actividad investigadora e innovadora, haciendo evidente que la generación y uso del conocimiento no son ventajas competitivas que sean consideradas fundamentales dentro un entorno cada vez más tecnológico y globalizado.

      Concretamente, nuestra exportación de servicios basados en el conocimiento y en nivel de innovación de las pymes (en producto y proceso) es un 70% inferior a la media: los 27 países incluidos en el informe dedican una media del 2,13% del PIB a la inversión en I+D (publico + privado), mientras que en España solo es del 1,25%.

      Este bajo porcentaje destinado a I+D da cuenta que, actualmente, no somos capaces de generar ‘ingresos de calidad’ a nivel tecnológico, fundamentando de este modo en el futuro aquellos basados en salarios bajos y en empleos y/o productos de bajo valor añadido.

       

      ¿Dónde estamos?

        El pasado 5 de Septiembre se publicó la Ley 17/2022, de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación con el compromiso de alcanzar el 1,25% de gasto público respecto del producto interior bruto (PIB) en 2030 (que, actualmente, no llega al 0,60%) de manera que ese presupuesto llegaría al 3% en el marco del Pacto por la Ciencia, contando con el apoyo del sector privado para tal fin.

        La tentación de limitarnos a elevar el gasto público argumentando que “si gastamos más en I+D, viviremos mejor” se convertirá una condición necesaria, pero no suficiente, porque seguiremos sin atacar la base del problema.

        Para generar esos “ingresos de valor”, como resultado de actividades de I+D, necesitaremos del liderazgo de nuestras principales empresas (medianas y grandes) en colaboración con las pequeñas,  para impulsar la generación de procesos y productos de valor añadido que puedan crear riqueza y que, al mismo tiempo, tengan la suficiente voluntad y capacidad económica para escalarlos en el mercado asumiendo posibles fracasos intermedios

        Handicap: las medianas y grandes empresas que pueden tractorar este proceso, actualmente, sólo constituyen el 1,02% del total español.
        *Fuente: iPYME (Enero 2022)

         

        ¿Hacia dónde tenemos que ir?

          Entonces, ¿por qué no lo hacemos? Existen varios factores que desincentivan la incorporación de la I+D en una gran parte de las empresas españolas (especialmente en las pequeñas y micropymes, un 44% del total) que deben incentivar un cambio de mentalidad para salir de nuestra mal llamada zona de confort:

          • Burocratización en el acceso a incentivos: los fondos europeos (FEDER, FEADER, NEXT GENERATION, etc.) asignados a España para dinamizar la innovación, así como los instrumentos fiscales asociados a la deducción, monetización o bonificación por I+D+i nunca serán suficientes si no se destierra desde las correspondientes Administraciones responsables un espíritu fiscalizador sin asumir ningún riesgo (salvo, actualmente, en los procesos de Compra Pública Innovadora): la naturaleza humana (y empresarial) nos hace huir de entornos hostiles y poco estables.
          • Baja asunción de riesgo: el conocimiento es sencillo de replicar (copiar la tecnología generada por terceros puede parecer ser más efectivo a corto plazo) pero esta actitud reactiva ante la demanda del mercado, generalmente, nos impedirá acceder en primera posición a distintos mercados con nuevas soluciones para poder constituirnos en un referente en según qué nichos de mercado. La innovación necesita asumir riesgos que deben ser compartido por todas las partes (públicas y privadas).
          • Estructura empresarial y del mercado laboral: España no es tradicionalmente un país cuya estructura se haya adaptado con facilidad a su entorno para crear otras más dinámicas y cambiantes cuando las condiciones externas lo hicieran necesario, asumiendo un proceso de “destrucción creativa” (término acuñado por J. Schumpeter 1942). De la misma manera, se hace necesario generar nuevos puestos de trabajo adaptados a los requerimientos tecnológicos de un mercado cada vez más demandante y exigente ya que existe una relación generalmente positiva entre innovación y creación de empleo.
          • Gap entre Empresas y Organismos de Investigación: se ha convertido en un clásico; la búsqueda de un camino en el que identifiquen y desarrollen conjuntamente necesidades y soluciones demandadas por la sociedad, utilizando la transferencia tecnológica de manera constante y el empleo de las TICs para mejorar los procesos de investigación desde las primeras así como el desempeño y competitividad de las segundas, es algo en lo que seguimos dando pasos todavía demasiado pequeños.
          • Marco regulador: será necesario seguir mejorándolo para enfocarlo cada vez más favorablemente al fomento de la innovación, teniendo como objetivo último la modernización de nuestro sistema socio-laboral, aumentando la capacidad de flexibilidad y adaptación de las empresas a los nuevos desafíos de su entorno, junto con la mejora de la capacitación de nuestros equipos humanos a las nuevas tecnologías.
          • Educación: las generaciones de los últimos 40 años hemos ido evolucionando del miedo al fracaso de los 80 hasta el cortoplacismo actual. La innovación necesita todo lo contrario: asumir el riesgo y la incertidumbre de los resultados, el error y el tiempo necesario como elementos necesarios.

           

          Conclusión

            La innovación no tiene que ser una moda social y empresarialmente bien vista; es una necesidad que viene marcada por un fallo de mercado (K. Arrow, 1963), sobre el que deben generarse una regulación y políticas de innovación que faciliten al máximo la financiación de I+D+i y la protección de los resultados obtenidos. Estos últimos, con objeto de ser mejorado en términos de búsqueda de soluciones tecnológicas más avanzadas, permitirán dar respuesta a aquellos problemas o necesidades presentes o futuros en el mercado, mejorando así el crecimiento económico y el bienestar de nuestra sociedad.